Dice de sí misma que es muy «germánica» en todo lo que se propone. Tras ganar dos oros en vela en Barcelona 92′ y Atlanta 96′ se retiró, montó una fundación -Ecomar- y se dedicó a la política primero, a la consultoría después y a dar conferencias más tarde. No le descansa la cabeza ni un segundo. Desde su ‘barco’, ahora quiere ‘abordar’ los consejos de administración. Zabell es única.

Es una de las leyendas vivas del deporte español. Theresa Zabell (1965), regatista, dos veces campeona olímpica, tres campeona mundial y tres de Europa, se puso una meta a los 11 años, competir en unos Juegos Olímpicos, que cumplió dos veces: Barcelona 92′ Atlanta 96′. No sólo logró participar, que ya fue, según cuenta, toda una epopeya. También se convirtió en la única deportista española que ha ganado dos oros olímpicos hasta hoy. Tras dejar el deporte de competición a los 33 años entró en política de la mano del PP, partido por el que fue eurodiputada durante ocho años, después fue vicepresidenta del Comité Olímpico Español, después consultora de la UNESCO y hoy compagina la gestión de su fundación, Ecomar, con su trabajo como conferenciante y asesora. En cualquier caso, desde Málaga, Madrid, Barcelona o Bruselas, la vida de Theresa Zabell no ha dejado de ser ‘mirando al mar’ ni un momento. Lo mismo que las enseñanzas del deporte, cuenta, no la han abandonado en ninguno de sus proyectos. Igual gobierna su fundación, que ya ha cumplido 25 años, que gobernaba su 470, el barco que le dio sus grandes alegrías en los 90.

Pero hay aspectos en la trayectoria de Zabell que han quedado bastante oscurecidos, tanto por el propio paso del tiempo, que tiende a dejarnos reducidos a nuestros logros y fracasos, sin medias tintas, como por quién cuenta la historia, vamos, por los medios, que igual subrayamos que obviamos. Cosas que a ella le hacen reclamar, por ejemplo, mayor reconocimiento para las mujeres del deporte que verdaderamente abrieron camino hace más de tres décadas, la generación que más se lo curró, en muchos sentidos, y que parece haber desaparecido del relato de la conquista femenina del deporte. «Yo siempre cuento que descubro los juegos olímpicos a los 11 años delante de un televisor. No tenía ni idea de lo que era eso, me lo explicaron… y dije: ‘Ya sé lo que quiero en la vida. Quiero ir a los Juegos Olímpicos’. Y lo hice». Pero, sigue, como la historia que se conoce es que fue dos veces y ambas ganó, «pues la gente piensa que fue dicho y hecho. Y no. Porque cuando yo tenía 11 años, en el 76, las mujeres iban a los Juegos Olímpicos en muy pocos deportes. Atletismo, natación, gimnasia y poco más. Yo no tenía opción, porque mi deporte ni siquiera estaba incluido en el programa. Pero nunca perdí la esperanza. Seguí ahí, erre que erre, entrenando, yendo a competiciones por mi cuenta, buscándome el dinero con 15 y 16 años para ir hasta Holanda, Alemania, etc. porque yo quería ser buena».

Mujer tenías que ser (para no ir a las Olimpiadas)

Quería, pero no la dejaban. Las cosas empezaron a cambiar de manera significativa tras Los Ángeles 84′. «Después de las Olimpiadas deciden que van a incluir un evento para mujeres en la vela y yo cambio toda mi vida, me voy a vivir a Barcelona, empiezo a navegar en el barco que se había elegido (la famosa clase 470) que no era de un tripulante (como yo había navegado hasta entonces) sino de dos, y, bueno, me voy adaptando». Aun así, seguían sin ‘dejarle’, lo que la llevó al primer cisma con la vela, enfadada hasta las trancas: «Mi primera oportunidad que era Seúl 88′ se tumba, porque a pesar de ganar la selección, cuando sale publicada la lista yo no estoy en ella, me llevo un disgusto enorme, dejo de navegar durante un tiempo hasta que me doy cuenta de que lo que yo quería era aún posible, y que para conseguirlo tenía que tragarme mi orgullo, ese que me había llevado a decir que no volvería a navegar nunca más». Tragarse el orgullo, asegura, la refuerza en lugar de hundirla: va a Barcelona y gana; va a Atlanta y gana. A la vuelta, es madre y empieza a prepararse para Sídney 00′.

Pero Sídney no estaba para ella. «Empiezo a entrenar, volvemos a estar a un nivel muy bueno, pero en el campeonato del mundo quedo novena, y las becas se las dan sólo a los ocho primeros». Ella llevaba tiempo reclamando, explica, un cambio de normativa para que a las mujeres que hubiesen pasado por un embarazo y un parto durante el ciclo olímpico se les rebajase la exigencia -«no puedes pensar que al mes de parir vayas a estar igual de en forma que una mujer que no ha pasado por ello»-, pero las autoridades deportivas no estaban por la labor. Aun así, cuenta «después de mucha lucha a nivel mediático me llaman y me ofrecen una beca a título personal. Y entonces les digo que no, que no han entendido nada, que yo no quiero que me den una beca a mí. Lo que quiero es que si una mujer es madre y está nueve meses sin entrenar, que se tenga en cuenta. Total, que dejo de navegar y renuncio a Sídney y al renunciar pensé que se abriría el debate, que no se abrió, y yo me reinvento por otro lado».

¿Qué te llevas de bueno, a tu nueva vida, de tu etapa deportiva?
Yo siempre digo que el deporte es la mejor escuela para la vida. Tienes unos aprendizajes superintensos que no recibes en ningún colegio, universidad, ‘business school’… Es brutal. Pero, claro, por mucho que yo tuviese esos conocimientos, lo cierto es que me encontré con 33 años prácticamente partiendo de cero en el mundo laboral. Cuando las personas de mi edad igual llevan ya 10 años trabajando y prosperando en la empresa. Esa es la doble cara de nuestra moneda. En mi caso, ni había cotizado en la Seguridad Social, porque en aquella época los deportistas no cotizaban. Esa fue otra de mis grandes batallas. En el lado bueno, estaban todas esas cosas (que hay que poner en valor) que traías en tu mochila de la época deportiva, toda esa orientación a resultados, el saber proponerte objetivos, el ir continuamente evaluando donde estás y adónde quieres ir, el trabajo en equipo, el sacrificio, la constancia… Todos esos son tremendamente útiles en el mundo de la empresa.
¿Pero es realmente posible trasponerlos?
Sí. No es que sea posible, es que hay que trasponerlos. Entre los deportistas son minoría los que han ganado mucho dinero en sus carreras y pueden decidir qué quieren hacer. La gran mayoría simplemente hemos tenido el privilegio de dedicarnos a algo que nos gustaba.
El caso es que a los 33 años te plantas y haces un punto y aparte y te planteas ‘qué hago’. Porque tú trabajas ahora con deportistas intentando transmitirles que pueden aplicar esos conocimientos a su vida profesional posterior a su retirada, pero, en aquel momento, ¿tú te lo transmitiste solita a ti misma?
Al principio no. No es hacer plas y darle la vuelta a la tortilla. Tenía una niña de un año, me vine a Madrid (mi marido trabajaba aquí) y me abrí un periodo de reflexión. Me hice una promesa, que es una de las pocas que me he hecho y no he cumplido, la de que iba a estar un año entero dedicada sólo a mi hija. Tenía la sensación de que había pasado de bebé a niña de un año en un suspiro, que la transformación había sido brutal y que no había disfrutado todo lo que me hubiera gustado de ella.

En efecto, no cumplió. Para empezar, al mes de estar viviendo en Madrid ya estaba fundando Ecomar. «Si algo tenía claro era que quería hacer algo para devolverle al mar una parte de lo que el mar me había dado, que el mar tenía por delante unos retos difíciles y que había que formar a la gente sobre los beneficios cuidar el mar… Lo hice de forma altruista, mientras empezaba a buscar información para hacer alguna formación reglada, algún master…». Y justo cuando estaba decidiéndose por el que le hicise tilín… «me llaman del PP, porque el deporte iba a entrar a formar parte de las instituciones comunitarias, y me ofrecen ir a Bruselas, al Parlamento Europeo, a trabajar en ello. Al principio me pareció una locura, pero piensas y dices «estoy todo el tiempo pidiendo cambios y cuando me ofrecen ser parte del cambio decir que no…’, me parecía hasta irresponsable y acepté el reto y estuve cinco años en Bruselas, entre el 99 y el 2004.

Con Begoña Vía-Dufresne, con quien se alzaría con el oro en Atlanta 96'.
 

Después vendría, en 2007 la vicepresencia del Comité Olímpico Español y después los siete años de la UNESCO. Siempre, dice, en actividades vinculadas con la fundación, con Ecomar. «Porque creo que la labor que hacemos es muy necesaria. Estoy como en ocho órganos de gobierno de fundaciones y ahora estoy intentando dar el salto a un consejo de administración de empresa cotizada». ¿Por qué? «Los consejos de admistración han sido tradicionalmente órganos jurídicos y financieros, pero en los últimos tiempos todos los temas de sostenibilidad y buena gobernanza están llegando a ellos. Las grandes empresas están obligadas a contar lo que hacen. Que la parte mediambiental entre en ellas es muy importante, para el trabajador, pero también para la sociedad».

Uno de los cambios de potencial mayores cuando abandonas el mundo deportivo es la intensidad de la atención mediática. ¿Te afectó?
Sí, todo afecta. Lo primero en lo que afecta dejar el deporte es en que tú tienes un plan desde que te despiertas por la mañana hasta que te acuestas por la noche. Y de repente ya no lo tienes. Y eso es muy difícil de gestionar. De hecho, dicen los psicólogos que uno de los momentos más complicados en la vida de las personas es el momento de su jubilación. Un día te levantas y ya no tienes nada que hacer. En el mundo del deportista te enfrentas a esa misma situación pero no a los 65, sino, como yo por ejemplo, a los 33. Es cierto que la vela no es como el tenis o el fútbol, donde la atención mediática es enorme. Yo tenía atención mediática pero no tanto, así que el ‘aterrizaje’ fue más suave. En dos años dejas de existir.

Una generación clave para el deporte femenino (aunque no lo sepa)

Dejas de existir porque no compites, pero algo que joroba más es que se esfume todo el esfuerzo que has hecho para defender los derechos de las deportistas mujeres y que ha servido para ponérselo un poco más fácil a las siguientes generaciones. «Las mujeres de mi generación tuvimos que ir allí luchando no sólo por practicar nuestro deporte sino por abrir un camino y ahora parece que quienes han abierto ese camino han sido las que han venido detrás. Y es evidente que éstas han abierto su camino, pero un camino donde ya otras habíamos abierto un paso».

Theresa Zabell, en su despacho de la Fundación Ecomar, en Madrid.
¿Fue una decisión muy firme?
Bueno, deshojas la margarita. Como todas las decisiones importantes de tu vida. No quieres equivocarte o hacer algo antes de tiempo. Pero sí recuerdo el día en que tomé la decisión.
¿Tuviste mucha presión para no dejarlo?
Sí, había gente de mi entorno que me insistía en que no me fuera, pero yo tenía la decisión tomada. Y cuando tomo una decisión de cambiar hago lo posible por ilusionarme con lo que viene por delante. Siempre digo que una persona sin objetivo es como un barco sin timón. Esto es mentalidad deportista. Como cuando acaba Barcelona y me propongo el objetivo de Atlanta. Y luego ese objetivo lo vas seccionando y haciendo tus parcelitas, incluso para el día a día. Soy muy germánica en eso. Y me ha ido bien.
¿Es carácter o en qué medida te lo ha dado el deporte?
Una parte seguramente es carácter pero el deporte es lo que a mí me ha enseñado a orientarme a objetivos. Si un deportista no lo hace es difícil que sea el mejor del mundo en algo. En deporte, al menos como yo lo concebí, no se trata de hacerlo bien, sino de ganar. Y todos los demás también quieren ganar.
¿Qué son para ti hoy tus medallas olímpicas?
Dos objetos con un valor y un significado muy especial. A veces, cuando miras hacia atrás te da la sensación de que ocurrió en otra vida. Es un sentimiento difícil de explicar. Para mí las medallas simbolizan el haber conseguido algo que me propuse en la vida. Con 11 años me propuse una cosa y con 27 lo conseguí. Después de muchas piedras en el camino.
¿Si te tuvieras que quedar con algo de aquello?
Con el camino. En la vida pasa; te metes en la rueda como un hámster y de repente estás en el objetivo, se nos olvida qué hemos hecho en el camino, cuando eso es lo que hay que disfrutar, se lo digo mucho a la gente joven. El camino de todos los días, ir a las regatas, ir a competir… me apasionaba. Poder hacer algo que te gusta todos los días, eso es increíble.
¿Lo mismo con la Fundación Ecomar?
Al final, cada persona hace las personas como sabe. Yo venía de un equipo deportivo donde habíamos tenido que buscar dinero de patrocinadores para conseguir los objetivos. Monto la fundación y la mayor parte de las fundaciones se dotan de fondos públicos y luego les obligan a tener un 20% de fondos privados. Aquí el año pasado cerramos nuestras cuentas con más de un 90% en fondos privados. Y esto es nuestra tónica general. Porque al final tú traes tu mochila de cómo lo has hecho antes.
Desde que montas la fundación hasta ahora, la información sobre el estado del mar ha cambiado muchísimo. La percepción de los problemas del mar también ha cambiado, y ahora la dominante es que estamos en una situación terrorífica. ¿Qué es lo más trascendental que está haciendo la fundación?
Hace 25 años, cuando se creó Ecomar el reto más grande era el desconocimiento. Para qué quieres hacer eso. De hecho, nuestro lema es cuida de los dos sitios de los que no te podrás mudar jamás, tu cuerpo y tu planeta. Pues bien, hace 25 años la parte de cuidar tu cuerpo nos la ‘compraban’, la de tu planeta te decían que para qué. Esto es interesante porque ilustra cómo ha cambiado la forma de pensar de la sociedad. Nosotros trabajamos sobre todo con niños. Porque si quieres que algo cale tienes que trabajar con personas que sean receptivas. Y el cerebro es más receptivo entre los 9 y los 12 años. Y a nosotros nos gusta decir que educamos y concienciamos, pero también actuamos, para que todo el mundo se dé cuenta de la problemática del mundo en el que vivimos. Ahora mismo enemos cuatro grandes pilares de trabajo. Uno es educación, con programas en colegios y una plataforma online con todos nuestros materiales; nuestro segundo pilar es La Grímpola, una acción con diferentes centros naúticos. Empezamos con la vela y hemos ido añadiendo piragüismo, buceo, surf, que han ido entrando en un programa donde los niños que van a aprender a practicar ese deporte también aprenden a valorar y cuidar el medio donde lo practican. Es un programa que funciona en verano, tenemos más de 100 centros adheridos y pasan por ahí unos 15.000 niños cada año. Un tercer pilar son las limpiezas de costas, vamos a retirar residuos, pero sobre todo concienciamos. Y nuestra cuarta pata es científica. Hacemos proyectos en colaboración con otras asociaciones, fundaciones… Ahora, para replantar la poseidonia en el Mediterráneo.
Te voy a hacer una pregunta apocalíptica: ¿el mar tiene solución?
Lo mejor que tiene la naturaleza es que es increíblemente resiliente. Cuando yo salía a navegar con 13 años y te encontrabas cosas flotando por ahí te parecía normal. Porque a todos nos parecía que el mar era muy grande y lo aguantaba todo. Ahora somos consciente de que sí, es inmenso, pero todo no lo aguanta. Hemos cambiado cosas. Ya no tiramos la lavadora al arroyo. Gestos pequeños hacen mucho. Cómo lavas la ropa, cómo compras en el supermercado son cosas tienen un gran impacto en el estado de nuestros mares.
¿No podemos recoger la basura del mar? ¿Falta interés?
Limpiar la basura del mar no es tan fácil. El 70 % de lo que llega al mar se hunde. El 80% viene de tierra adentro. Y eso puede ser desde aquí mismo, desde Madrid. Muchas personas creen que la basura que hay en el mar es porque se tira al mar. No. Por eso hay que trabajar en el origen del problema. Si todo lo que llega al mar no lo hiciera, ya habríamos resuelto el problema.

SILVIA NIETO (EL MUNDO)

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