Llegó cuando no había nadie. Y no se la esperaba. Sin embargo, luchó por estar ahí y alcanzar una cima nunca coronada. Así arranca la historia de Theresa Zabell, una de las deportistas españolas más laureadas de la historia, que puso al remo en el foco de atención mediática y a sus dos oros olímpicos en la cumbre del deporte español. Aunque su recorrido viene de lejos.
“Yo crecí al lado del mar, en Fuengirola, y los fines de semana íbamos a un club que se llamaba el Club Náutico de Torreblanca, en el que había dos o tres personas con unos barquitos. A mí me fascinaba verlos porque me parecía algo fascinante que con una vela pudiesen navegar”, recuerda Theresa Zabell en conversación con Capital, quien, con diez años, logró por primera vez realizar su primer viaje en vela.
“Durante la feria de Fuengirola, alguien anunció que iban a hacer unos cursos de vela dentro del pueblo y le pedí a mi madre que me apuntara. Así fue cómo empecé”, detalla esta deportista, que, sorprendentemente, no guarda un gran recuerdo de aquella primera vez: “No me cautivó porque yo era muy pequeña e hizo mal tiempo ese día, llovió y pasé mucho frío”. No obstante, unos años más tarde lo volvió a intentar. Para entonces, ya no hubo nadie que la devolviese a tierra firme, pese a que las ráfagas de viento en contra fueron continuas.
“Cuando tú vas en un barco sola, el barco te domina a ti y no al revés, por eso necesité tiempo para empezar a navegar en serio. El problema es que el techo al que podíamos llegar las chicas era muy bajo”, confiesa. Hablamos de la segunda mitad de los 70. “En aquella época no había nada de profesionalización, y, aunque quedé en el 80-81 campeona de España, no podíamos ir a las regatas internacionales”. Ellos sí.
“Para nosotras fue ir abriendo un camino constantemente, y, de hecho, los tres primeros Campeonatos del Mundo a los que fui lo hice de manera privada y personal, no con la federación”. Es más, bromea Zabell, ella ‘inventó’ el “crowdfunding”. “Fui gracias a la ayuda de personas particulares de mi club que me ayudaron durante todo un año para poder llegar a participar”.
Pero, ¿cuál era el motivo por el que las mujeres no podían acceder a competiciones internacionales? Zabell lo explica: “Porque no estábamos incluidas en el programa de los Juegos Olímpicos, que es lo que marca la tendencia”. Hubo que esperar hasta Los Ángeles’84 para que la Federación Internacional de Vela diese un paso al frente. “A partir de entonces sí que apareció un presupuesto, una planificación, y nos invitaron a todas a hacer una especie de preparación para ir viendo talento”. Ahí comenzó su verdadero camino. ¿Su objetivo? Seúl’88.
Zabell había hecho méritos para poder competir al fin en sus ansiados Juegos Olímpicos. Sin embargo, una decisión que todavía alega desconocer la dejó fuera pese a haberse ganado la clasificación. “Fue el peor bache de mi vida deportiva, porque adapté mi vida para poder estar en ese evento y lo di todo para llegar a un muy buen nivel. Siempre estaba entre las cinco primeras del mundo y era una clara posibilidad de medalla para España, pero salieron las listas y no estaba incluida”. La desilusión fue tal, que estuvo a punto de abandonar su carrera. Pero no lo hizo.
“Yo siempre digo que el deporte es para mí la mejor escuela para la vida porque todos aprendemos en casa, en la familia, en la universidad… pero el deporte te enseña a interiorizar una serie de valores de una forma muy especial que es muy difícil de lograrlo de otra forma”, apunta Zabell. Y añade: “El deportista que se conoce es porque ha superado todos los baches, y, al final, sólo trascienden las personas que hemos cumplido nuestros objetivos”.
El gran bache y recuperación hasta la cumbre
En su caso, los Juegos Olímpicos de Seúl 1988 fueron su gran bache. “La verdad es que fue una etapa muy complicada y decidí dar más prioridad a mis estudios y a mi formación profesional. Pero también aproveché para sentarme conmigo misma y pensar si de verdad había dejado de navegar para fastidiar al resto o si de verdad me estaba fastidiando a mí”. Y su respuesta fue la segunda.
Entonces, “una persona me preguntó si me apuntaría de voluntaria en Barcelona ’92, y entonces me di cuenta de que, pudiendo participar y ser protagonista, no iba a quedarme en voluntaria”. De hecho, el resultado fue el primer oro en vela 470 para la pareja formada por Theresa Zabell y Patricia Guerra. Un título que volvería a cosechar en Atlanta 1996 junto a Begoña Vía-Dufresne, que colocaría a la protagonista de esta historia como la primera mujer deportista española en sumar dos oros olímpicos. Un título que todavía guarda, hasta –mínimo– Tokio 2021.
“Esperemos que cambie porque estaré encantada de ceder este ‘título’ y que alguien más se suba al barco”. Y opciones no faltan. Zabell apuesta por Lydia Valentín o por Carolina Marín –antes de que anunciase su retirada de los JJOO por una lesión–. Y, en su rama, por Tamara Echegoyen, quien ya cosechó un oro en Londres 2012.
Zabell entiende cómo pueden sentirse todas en este preciso instante. “Estar arriba da vértigo, porque es una responsabilidad muy grande y es una situación en la que piensas que, si ganas habrás cumplido, pero, si no habrás decepcionado a mucha gente. Y cuando estás abajo tienes mucho margen de mejora, con lo cual vas a por ello”.
Es precisamente este espíritu de superación el que llevó a este regatista a la cima olímpica y a sumar en total cinco Campeonatos del Mundo y tres Europeos. Todos logrados hasta Atlanta 1996, cuando decidió retirarse de la competición para centrarse en su hija, Olimpia. Un año más tarde quiso volver, pero todos los méritos cosechados no le sirvieron y un noveno puesto la dejó fuera de la beca que necesitaba. En ese punto cambió su vida.
Una vida dedicada a los propósitos marítimos y deportivos
Zabell tenía claro que “después de navegar por distintos mares me sentía con el deber de hacer algo”. Así originó Ecomar, una fundación en la que buscan concienciar sobre la necesidad del cuidado de los mares, educando a las generaciones más pequeñas para que éstas ayuden en un futuro a lograr un planeta mejor.
“Cuando quieres cambiar algo, tienes que dirigirte a la gente que está en estado receptivo, y esos son los niños. Cuando a uno de entre 9 a 12 años le explicas el problema, este niño va a interiorizar la problemática e incluso va a ayudar a educar a su familia, a sus padres, a las personas de nuestra generación”. Por eso, tras 22 años de vida de la asociación tiene claro que ésta es la única forma de concienciar con voluntad de cambio.
Una actitud que recientemente han adoptado muchas empresas. Sin embargo, ¿cuántas lo hacen con verdadero deseo de cambio y cuántas para cumplir cuotas? Zabell reconoce que “hay un poco de todo”. “Es cierto que hay empresas que se ponen en contacto con empresas para usar su imagen y decir que están haciendo algo a cambio de muy poco. Esto nosotros no lo permitimos. No es tanto lo que puedan dar a efectos monetarios, sino el empezar a cambiar su forma de actuar en el planeta en el que vivimos”. Esa es para la creadora de Ecomar la gran clave.
El problema es que la necesidad de transformación para Zabell va mucho más allá. Y eso mismo es lo que trató de lograr durante su etapa política. En concreto, entre 1999 y 2004, como diputada en el Parlamento Europeo, y, posteriormente, como vicepresidenta del Comité Olímpico Español entre 2007 y 2014.
“La verdad es que, para mí, la etapa en el Parlamento Europeo fue muy enriquecedora y traté de ayudar en la gestión del deporte y en mejorar las condiciones de los deportistas, con lo cual fue una gran oportunidad para entrar a cambiar las cosas desde dentro y diseñar los programas deportivos que ahora están en marcha, como el Erasmus Sport o la Semana Europea del Deporte”, entre otros.
Lo curioso de aquella época es que la vela, otra vez, se topó en su camino. En concreto, el número 470, es decir, la clase de vela en la que alcanzó su cima profesional. “La verdad es que ha ido apareciendo constantemente a lo largo de mi vida. No sólo ganar los JJ.OO. con ese barco, sino que, cuando mi hija nació, lo hizo con 3 kilos y 470 gramos. Y cuando llegué al Parlamento Europeo y me dieron mi tarjeta de escaño, descubrí que mi número de escaño era el 470”.
Casualidad o no lo cierto es que el 470 ha ido regresando a su vida de forma repetitiva. Como el mar; ese aliado, amigo y refugio en el que la protagonista de esta historia se ha apoyado durante toda su vida. Incluso ahora, desde tierra, para ayudar a preservar la salud y futuro de las mareas que un día surcaron a favor de sus objetivos.