Es la única mujer española con dos oros olímpicos y una de las pioneras en la revolución de nuestro deporte femenino. «A la hora de gimnasia, a las chicas nos ponían a bordar; lo odiaba», recuerda

Rafa Nadal, Saúl Craviotto, Ger- vasio Deferr, Joan Llaneras, Luis Do- reste y Theresa Zabell. Esos son los seis únicos españoles con dos oros olímpicos. «Y sólo una es mujer», apunta la regatista andaluza (pese que su carnet diga que nació en Ipswich en 1965). «No presumo mucho, hasta hace poco ni lo decía, pero ahora sí porque me gustaría que hubiera más. Quiero recordar que es posible… aunque muy difícil. Hay grandes mujeres deportistas en nuestro país, pero todavía estamos esperando a que otra consiga lo que yo», añade Zabell que, desde 1999, se dedica a limpiar y cuidar los mares y las playas con su fundación Ecomar, labor por la que será premiada en MadBlue, uno de los encuentros de desarrollo sostenible más prestigiosos de Europa, que se celebra en Madrid del 25 al 27 de abril.

Pregunta. ¿Le sorprende que sigan llegando reconocimientos 25 años después de la retirada?
Respuesta. No, me encanta. En concreto este de MadBlue me hace doble ilusión: por mí y, sobre todo, por el reconocimiento al trabajo de todo un equipo que lleva tanto tiempo trabajando por nuestro propósito, que debería ser universal: cuidar el mar y el planeta, que es la casa de todos.

P. ¿Se sentía en deuda con el mar?
R. Empecé a ser consciente de que el mar estaba en peligro cuando era una niña. Recuerdo volver de navegar en el Club Náutico de Fuengirola y preguntarle al presidente por qué flotaba toda esa basura en el agua y por qué nadie hacía nada. Ese pensamiento me acompañó toda mi carrera y al final tenía muy claro que sería yo quien hiciera algo. Y así fue. Quiero concienciar con la fundación de que el problema es real y serio. Sí, estaba en deuda con el mar.

P. ¿Nunca le dio miedo?
R. El mar me lo ha dado todo, incluido el miedo porque tienes que ser consciente de que la naturaleza siempre podrá mucho más que tú. Por muy bien que nades o navegues, si el océano quiere tumbarte, te tumba. Es imposible convivir con el mar y que no te juegue una mala pasada.

P. ¿Cuál fue su mayor susto?
R. El más gordo fue en los Juegos Olímpicos de Atlanta, cuando cayó un tormentón y nos quedamos en el barco esperando a ver si amainaba. Cada vez había más viento, se metió una neblina muy espesa que nos dejó muy poca visibilidad y volcamos. No había ningún barco de apoyo cerca para sacarnos y Begoña [Vía- Dufresne] y yo estuvimos 45 minutos en el agua intentando no perder el barco, agarradas con unas olas enormes como un náufrago a la tabla. Acabó buscándonos un helicóptero de los guardacostas porque no aparecíamos.

P. O sea que borramos la maledicencia de que la vela es un paseo.
R. Es verdad que tú puedes ir en un barco de precio alto y salir de paseo, pero la vela ligera, que es la olímpica, es con barcos pequeñitos que no lle- van un contrapeso abajo y vuelcan fácilmente. No es un juego.

P. ¿Es un deporte de pijos?
R.Sí, al menos en España lo es y es una pena porque debería ser el deporte nacional. Lo tenemos todo para ello. En Francia todos los niños que viven a menos de 50 kilómetros del mar hacen dos años de vela escolar. Eso lo populariza y lo abarata. Aquí esto no ocurre pese a que tenemos más kilómetros de litoral y mejor clima. En España hay un barco por cada 350 habitantes; en Francia, por cada 40; en los países nórdicos, por cada siete; en Australia, por cada tres, y en Nueva Zelanda por cada dos. Así es imposible que llegue a más gente.

Theresa se considera malagueña, de Fuengirola, donde llegó a los tres años tras una etapa en Tenerife. Sus padres, ingleses ambos, querían sol y mar y, sin saberlo, así crearon una bicampeona olímpica. La segunda de seis hermanos, sólo la más pequeña era chica. Eso la empujó hacia el deporte en una España en que no era el destino habitual de las niñas. «Crecí rodeada de chicos y les quería ganar al balón, a la bici, a correr… Tenía que demostrar que era más fuerte que ellos. Esa fue mi gran suerte porque me permitió empezar a hacer deporte en una época, los años 70 y 80, en que estaba enfoca- do a hombres exclusivamente. En el colegio, a la hora de educación física, a nosotras nos ponían a bordar. Lo odiaba», recuerda.

P. Las cosas han cambiado y las cambiaron ustedes. En 1992, fueron las primeras medallistas olímpicas españolas. En la suma de los tres últimos Juegos, hay más medallas femeninas que masculinas.
R. Así es y es un orgullo. Yo no tuve ninguna referente deportiva, eran siempre chicos. Descubrí los Juegos Olímpicos con 11 años, Montreal 1976, y sentada en un sofá viendo la tele supe lo que quería conseguir en la vida. Fue como un flash. Esto lo cuento ahora, ya sabéis el resultado final y parece hasta fácil, pero en aquel año era una locura. Muy pocas españolas lograban ir a los Juegos. Podían ir a gimnasia, natación, atletismo y poco más. En Los Ángeles 84, ya tenía 19 años y competía a nivel internacional, pero aún no había evento femenino en vela. Cuando al año siguiente se anunció que lo habría en Seúl 88 se me abrió el cielo: «Buah, esto lo han hecho para mí, porque llevo mil años deseándolo». Las mujeres de mi generación nos fuimos abriendo con un hacha un camino que no existía.

P. ¿Fueron feministas sin saberlo?
R. Totalmente. Hicimos la revolución silenciosa. A mí me gusta más conseguir cambios a través de la lluvia fina y del trabajo que de la manifestación y la protesta. Eso no quiere decir que algunas veces no digas lo que te parece mal, pero me da la sensación de que ahora mucha gente joven no entiende lo de la lluvia fina. Estamos en una sociedad donde la instantaneidad y la inmediatez priman y todo lo que conlleva un proceso y un trabajo día a día, les parece demasiado largo.

P. ¿Se trata injustamente a la vela en España?
R. Siempre tenemos la sensación de que se nos ve como un deporte superfluo en el que las medallas caen del cielo. Nadie nos hace caso durante cuatro años, pero cuando llegan los Juegos te exigen que ganes. Las medallas son muy caras y es injusto pedírselas a quienes has ignorado durante años.

P. ¿Cuáles son las rutinas de un regatista de alto nivel?
R. Requiere entrenamiento en varios campos. La preparación física es muy importante porque estás dentro de un barco que es como una cabra loca cuando hace viento y te tienes que mantener dentro sin caerte y, luego, dominarlo. Yo iba al CAR de Sant Cugat todos los días y hacía un par de horas largas de preparación física. Luego salíamos a navegar tres o cuatro horas en invierno y seis o siete en verano. Por último está la parte de preparación del material. Los ciclistas o los de las motos tienen a sus mecánicos que les sacan la máquina y ellos se suben, pero el barco lo preparamos nosotros. Y cuando digo prepararlo es montarlo cada día, ponerlo a punto y la preparación del material en sí.

P.Osea que es regatista y mecánica.
R. Totalmente. Yo siempre estaba montando barcos nuevos. Al final ya los compraba totalmente pelados y los montaba enteritos. Así los tenía cien por cien a mi gusto. Es verdad que los puedes comprar ya montados, pero yo no necesito que nadie me cuelgue los cuadros porque ya tengo las herramientas y el know how.

P. Competía en 470, que son barcos de dos tripulantes. Tantas horas en alta mar con otra persona es un buen inicio para una novela de crímenes.
R. En las regatas hay que tomar decisiones en una milésima de segundo, yo era quién las tomaba y muchas veces me equivocaba, evidentemente. Eso puede ser difícil de digerir y, aunque tuve la suerte de con- tar con compañeras que aceptaban las cosas a pesar de que ellas hubieran querido hacerlas de otra manera, siempre hay momentos tensos. A veces saltan chispas y alguna vez me han querido tirar por la borda, eso seguro.

P. Vayamos a Barcelona 92, su primer oro. ¿Qué es lo que más recuerda?

R. La felicidad nuestra y de todo el país, la sensación de que todo había cambiado. Había mucha ilusión en la sociedad y, sobre todo, en los deportistas, porque habíamos empezado a tener unas posibilidades impensables. Cualquier esfuerzo nos parecía poco y nos implicamos al 120% para llegar a esos Juegos en las mejores condiciones. Todo el equipo español de vela nos instalamos en el puerto olímpico cuando habían acabado el espigón y estaban construyendo el interior. Fue muy divertido. Ahí dentro aún no había nada, estábamos nosotros, con un container para guardar el material, y los operarios, que cada poco venían a decirnos que iban a echar hormigón en nuestra zona y teníamos que mover los barcos. Era un barrizal, no teníamos ni baño… Para que luego digan de los pijos de la vela.

P. ¿Cómo era compartir equipo con un futuro rey? [Felipe VI, entonces príncipe de Asturias, fue sexto en la clase soling].

R. Era uno más del equipo y nunca le tratamos como a un rey ni él lo pidió. Es gracioso ver como para nosotros pasó de ser Felipe a Alteza y, finalmente, Su Majestad [risas].

P. En Atlanta 96 vuelve a ganar y es la única de los seis bicampeones olímpicos que sólo ha necesitado dos Juegos para lograrlo. Parecía que disputaría unos terceros, pero se retiró aún joven, con 33 años. ¿Por qué?
R. Después de Atlanta, tengo a mi hija Olimpia y vuelvo a navegar. Se me pidió desde el CSD que fuera a por la tercera y me sentía físicamente bien para lograrlo. Al año de regresar, fuimos al Mundial y quedamos novenas. Entonces se abrió un debate im- portante sobre la beca, porque con ese resultado la perdía. Yo llevaba muchos años hablando con los dirigentes deportivos para que cambiaran los criterios de adjudicación; no había tenido problemas, pero sí había visto muchas injusticias a mi al- rededor por no flexibilizarlos. No me hicieron caso y, cuando fui yo la perjudicada, me llamaron para darme una beca a título personal. No la acepté. Había hecho todo lo posible por cambiar a un sistema más justo y no me hicieron caso. El tema llegó a los medios, todo el mundo lo discutía y decidí zanjarlo: «Aquí se acaba el problema, porque lo dejo». Y así fue, de la noche a la mañana y siendo consciente de que podía haber ganado un tercer oro en Sídney. Tienes que ser fiel a tus principios.

P. ¿De la vela se vive?
R. Para nada. Yo tuve la suerte de tener buenos patrocinadores que me apoyaban y eso hizo posible que pudiese cumplir mis objetivos deportivos, comprarme los barcos que necesitaba e ir a las regatas. Una parte estaba costeada por la Federación y la beca y el resto, por lo que ingresaba de las marcas. Eso me permitía tener un segundo barco, hacer un poquito de investigación en material y participar en regatas donde no estaba previsto que fuéramos. Eso fue lo que me permitió marcar la diferencia. En la vela, si cuando acabas tu carrera deportiva no estás en números rojos, eres un privilegiado.

P. ¿Cómo se trataba a una deportista madre en 1997?
R. No me pusieron dificultades, pero tampoco facilidades. No se tuvo en cuenta que había estado un año sin navegar por baja de maternidad a la hora de mantenerme la beca, el concepto de conciliación no existía. Así que en octubre del 98, lo dejé. Tenía la esperanza de que hubiese una reacción a raíz de mi decisión, se cambiara el sistema y reengancharme, pero cuando llegó el cambio ya había emprendido otras vías, como abrir mi fundación e irme al Parlamento Europeo [de 1999 a 2004 fue eurodiputada por el PP]. Estaba feliz, así que carpetazo y fuera.

P. ¿Sigue navegando?
R. El mar sigue siendo mi pasión. Es el sitio donde pude cumplir mis sueños y lo único que quiero es cuidarlo. Sigo saliendo a navegar, me paso muchos días limpiando playas y haciendo actividades de concienciación y ahora me he puesto a bucear. Era algo que me daba bastante vértigo, pero para cuidar el mar también hay que estar ahí abajo. Donde el mar me necesite, estaré.

IÑAKO Díaz Guerra (El MUNDO)

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