Patricia Martínez de la Casa Mariño (Estudiante de Periodismo)
Me dirijo al chalet de Theresa Zabell entusiasmada porque nunca antes había estado con una medallista olímpica con tantos oros a sus espaldas; con ninguna, en realidad. Estoy nerviosa por la trascendencia que tiene su persona, aunque a oídos de muchos no sea popular, pero también por conocerla. Por teléfono me había parecido muy agradable, simpática y con una voz que indica interés en lo que escucha y ganas de responder a lo que se le pregunte. Cuando por fin nos encontramos en persona, veo que no me equivocaba. Es una mujer joven, de un formidable estado físico, alta, rubia, con ojos verdes y muy morena. Pero lo que más me llama la atención, sin duda, es su sonrisa, que invita a tratar con ella, da confianza. Una confianza que también se encargan de transmitir sus ojos honestos y penetrantes. Me cuesta imaginármela compitiendo, entre barco y barco, luchando hasta el último aliento por llegar al puesto más alto.
La entrevista empieza como tiene que empezar: por el origen. Le pregunto cuándo había empezado su sueño: “Con once años descubrí lo que eran los Juegos Olímpicos”. Cuando Theresa sospecha que mi cabeza debe de estar poniéndose en marcha para adivinar los años que tiene, con lo bien que se conserva, se adelanta con una broma que me hace reír, lo que necesitaba para terminar de soltarme: “Sí, sí, no hagas cálculos, que así descubrirás mi edad y yo a mis hijos siempre les digo que tengo 35 años. Pero bueno, la vida es la vida”, y es mejor aún el tono irónico que utiliza.
Tras la aclaración, prosigue con el relato de su primera vez: “Los vi por la tele; me quedé pegada al aparato y descubrí toda la magia del olimpísmo. De repente, empecé a soñar que yo algún día estaría dentro de esa televisión, desfilando en la pista de atletismo con un chándal puesto que llevara el nombre de España”. Pero no solo soñaba con representar a su país: “Incluso, en mis sueños más atrevidos, soñé que yo subiría a algún cajón del pódio, y a ser posible al más alto”. Y así fue, porque Theresa, con tan solo veinte años, se convirtió en Campeona del Mundo de vela y, a partir de ahí, no paró de lograr triunfos olímpicos.
“No solía pedirles muñecas a los Reyes Magos”, me contesta, simpática, cuando le pregunto qué pedía por Navidad, suponiendo que no sería lo habitual en una niña de su edad. En una familia llena de varones y con una hermana que llegó mucho después, su madre le solía decir que ella era más chico que sus hermanos: “Siempre pedía patines, un patinete, objetos para hacer deporte y todo el tiempo montaba en bicicleta. Bueno, yo creo que andaba haciendo el ganso en todo tipo de cosas”, me dice, una vez más, graciosa.
Sin embargo, llega el momento de ponernos un poco serias; es el turno del entrenamiento. Entre carraspeo y carraspeo, porque como ella me explica: “Perdón, es que estoy un poco acatarrada”, me cuenta que el entrenamiento no era cosa de chiquillos: “Para practicar vela hay que tener una muy buena forma física. Un día de entrenamiento normal son unas dos horas y media de ejercicio físico específico y de tres a cinco horas de entrenamientos en el mar, diariamente”. Theresa tenía claro de pequeña que no le gustaba pasar el día en casa vagueando: “Yo jamás fui de quedarme en casa viendo la tele; siempre estaba en la calle, montando en bicicleta, corriendo o haciendo algún tipo de deporte. Eso ayudó muchísimo a potenciar mi forma física”.
A mí me cuesta creer que una niña de apenas catorce años, edad con la que inició sus travesías en el mar, tuviera el espíritu lo suficientemente fuerte como para resistir semejante trabajo físico y mental, pero “La verdad es que cuando haces algo que te gusta no es tan difícil sacar las ganas; te levantas y es lo que te apetece hacer”. Y, efectivamente, le gustaba de verdad, porque siempre se quedaba la última al terminar las clases y se perdía un rato más por el océano mientras sus compañeros la esperaban listos para acabar la dura jornada. Lo recuerda entre risas: “Cuando los demás niños volvían de los entrenamientos, yo me solía quedar otro rato navegando, porque me encantaba estar allí, encima de mi barco, en el mar. Al volver, ya habían guardado sus veleros y estaban esperando como diciendo: ‘¿¡Pero cómo te quedas tanto rato!?’”.
“No solía pedirles muñecas a los Reyes Magos”
Asusta un poco creer que un adolescente tiene tan claros sus objetivos en la vida, cuesta reconocer que el espíritu olímpico corre por sus venas con avidez. Por eso, me atrevo a pedirle que me destripe sus primeros años, cuando aún era solo una chica con un sueño bastante ambicioso, y me responde mucho más humilde de lo que me esperaba: “La verdad es que no hice los Juegos pensando que iba a llegar a lo más alto, sino que participé porque era lo que me gustaba. A mí me encantaba el deporte y competir, hacer lo que a otros chicos de mi edad les podía parecer una obligación”. Si hay algo que tiene esta mujer, es tesón.
Abandonó su primera etapa para hacer un reconocimiento de la que vino después, la olímpica. Campeona del Mundo de vela clase Europa en el 85; dos veces Campeona de Europa clase 470 en los 90; el primer oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona en el 92; el segundo, en Francia en el 93; y otro más en los Juegos de Atlanta en el 96… La felicito por una larga lista de premios, títulos y honores que hinchan su carrera como la levadura de un jugoso bizcocho. Pero lo que más me interesa es saber a cuál de todos esos logros le colgaría la medalla de oro: “Los Juegos Olímpicos de Barcelona en el 92 fueron los que más me marcaron, sin duda”.
Y mi curiosidad es demasiado glotona como para no indagar la razón; ella me deleita con lo que mis oídos estaban deseando escuchar, con una historia trascendental:
“Tuvimos la mala suerte de que el primer día nos dieron un ‘fuera de línea’, o sea, una salida prematura, que fue totalmente injusta porque hubo una confusión y el barco que estaba fuera no era de España (iniciales ESP), sino que era de Estonia (siglas EST)”, yo continúo escuchando, intrigada por saber cómo acabó todo: “Por la manera en que está redactado el reglamento de vela, nos lo tuvimos que ‘comer’ y eso fue una losa tremenda. Ningún regatista antes en la historia de la vela había ganado una medalla, de cualquier color, con un descalificado en la primera prueba”.
Parece que estuvieron a punto de tirar la toalla, pero, una vez más, me sorprende: “Nosotros tuvimos que superar eso y lo superamos; lo hicimos ganando el oro”, asombroso. “¿Que si sentimos presión? Fue horrible. En Barcelona jugábamos en casa, con lo cual el nivel de exigencia para nosotros era demasiado. Prácticamente, nos habían colgado la medalla antes de empezar, y compitiendo en casa, el apremio era tremendo. Salir con la etiqueta de ‘medalla seguro’ antes de empezar la competición es horroroso”. Aunque “La presión en los Juegos Olímpicos es incluso excesiva”, Theresa y su equipo demostraron de qué pasta estaban hechos y por qué esa competición no se les olvidará nunca: “Conseguimos colgarnos la medalla, y encima la de oro, en casa y delante de nuestra familia, nuestros amigos y nuestro público, y eso es algo que no se nos olvida nunca”. Deportivamente hablando, “Los Juegos fueron los mejores días de mi vida”.
“Salir con la etiqueta de ‘medalla seguro’ antes de empezar la competición es horroroso”
Dejando a un lado la competición, me centro en sus hijos y me sorprende con esta grata respuesta, aunque ‘de tal palo, tal astilla’: “A mis hijos les doy la libertad de que hagan lo que ellos quieran, pero me encantaría que fueran olímpicos, que hicieran deporte y, desde luego, yo les inculco una vida física activa”.
Y, hablando de hijos, ella fue una hija ejemplar. Aunque su mundo fuera el deporte, sus padres no dejaban en manos de algo tan efímero el futuro de su niña. Lo de efímero no lo digo yo, Theresa era consciente de ello: “Siempre llega un día en el que el deporte se termina, y hay que pensar que luego te tienes que reinventar”. Se siente muy agradecida hacia sus padres por asegurarle un futuro: “En mi casa era ‘O estudias o no hay vela’. Siempre tendré que agradecerles a mis padres esa condición, porque viendo la vida que llevan muchos de mis compañeros, creo que fue la decisión acertada”.
Esos estudios la han situado donde se encuentra ahora: vicepresidenta del Comité Olímpico Español (COE) actualmente, habiendo pasado por cinco años como Diputada por España en el Parlamento Europeo con el Partido Popular, por los despachos de la auditoría internacional Athur Andersen y las oficinas de TZ Sports, además de ser la presidenta ejecutiva de su fundación, la Fundación Ecomar. Esto último es para ella “la obligación moral y la ilusión de poder y de querer devolverle un poquito a la sociedad de lo mucho que nos ha dado. Es una pequeña gota de agua en el inmenso océano del mundo del deporte”. Pero los ojos con los que yo lo veo no son tan modestos. En mi opinión, no es otra cosa que mucho mérito, es que ha llegado muy lejos, y no sé por qué, pensaba que ella también se había imaginado a sí misma llegando a lo más alto. Me equivocaba: “Jamás. Yo nunca supe a dónde llegaría. No sabía nada. Tenía claro que quería hacer deporte y luchar por un sueño, pero nunca adivinas a dónde vas a llegar cuando empiezas algo en la vida. Posees una ilusión, pero no puedes saber si lo vas a conseguir, y menos cuando es un sueño tan inmensamente difícil”.
Analizando sus estudios y su experiencia profesional, me extraña, inevitablemente, la unión de deporte con política, por su trabajo como eurodiputada del PP. Hay algo que está claro: ambas cosas requieren sacrificio, pero ¿por qué unirlas? Al parecer, todo fue en pro del deporte: “El Partido Popular, con el que había tenido bastante contacto anteriormente, me llamó y me propuso ser la persona que fuera a Europa para trabajar por el deporte y sentar las bases jurídicas para participar en el Tratado Europeo de Lisboa”. A pesar de sus miedos iniciales, Theresa se animó a enfrentarse al mundo político; al fin y al cabo, antes había luchado contra algo mucho peor, el mar: “Me chocó muchísimo; al salir de la reunión, si alguien me hubiera llegado a preguntar mi opinión, mi respuesta a la proposición habría sido que no. Una vez que lo digerí, me pareció una gran oportunidad personal para mí, y además, los deportistas siempre habíamos querido que los políticos nos tuvieran más en cuenta; no podía desaprovechar la ocasión de ser yo una de los que tomaban esas decisiones”.
“O estudias o no hay vela’. Siempre tendré que agradecerles a mis padres esa condición”
Theresa es una mujer de entrega, en todos los ámbitos. Está en el comité técnico, dentro del Comité Olímpico, y se encarga de las becas de los deportistas y de su evolución. Ella ha vivido la preparación de sus Juegos y ha permanecido siempre ahí para ayudarles con lo que necesitaran, y muchas veces le han pedido consejos. Para ella es un privilegio: “Poder estar representando al deporte español a nivel nacional e internacional es para mí un gran honor”. Aun así, reconoce que tener ese puesto es duro porque le quita tiempo para estar con sus seres queridos: “A veces tengo que estar fuera de casa los fines de semana y me pierdo momentos puntuales muy importantes de mi familia y de mis hijos”. Además, ha estado involucrada en la candidatura Madrid 2020, lo que le ha tenido muy ocupada, a su pesar: “He viajado muchísimo y ha sido muy duro, pero, por otro lado, también he vivido momentos que no me los quita nadie”. Debo reconocer que Zabell es una mujer muy optimista y ‘dura de pelar’: “Hay que intentar ver la botella medio llena y no medio vacía, y pensar en todo lo que no habrías vivido si no ocuparas esos puestos”.
Y, mientras intento conocer bien a qué se dedica en el COE, me surge una duda que, he de decir, es vital para mí. Su respuesta me sorprende, como ya es habitual: “Soy de las personas que no miran atrás; cuando cierro una puerta, procuro mirar para adelante, a ver cuál es la siguiente que voy a abrir y lo que voy a hacer. Así que, no, no echo de menos las Olimpiadas. Alguna vez es inevitable que piense en querer volver a competir, a repetir mis logros y sentir esa adrenalina, pero no suelo mirar para atrás. Yo creo que cada parte de la vida tiene una etapa”. Le pregunto que por qué no, que por qué es obligatorio cerrar esa etapa, y su respuesta es completamente racional, algo que un cerebro tan sentimental como el mío no podría haberse parado a pensar: “Hay que tener en cuenta que esa adrenalina no la vives solo diciendo ‘voy a volver a los Juegos’. No se regresa a coste cero, sino que, si se retoma, es pagando el precio de repetir todo el entrenamiento, el esfuerzo y la entrega que supone”. Me hace recordar a la famosa película llamada Los juegos del hambre… pero el símil es el acertado en este caso.
“Soy de las personas que no miran atrás; cuando cierro una puerta, procuro mirar para adelante”
Y como de regresos va la cosa, vuelvo de nuevo a los orígenes. Quiero saber si una deportista como Theresa tuvo desde el primer día la mano de sus padres tendida hacia ese puente peligroso y algo inestable, aunque muy valeroso, que es el mundo de la competición. “A mí siempre me apoyaron para empezar a dedicarme a la carrera deportiva, aunque sin dejar apartado lo demás. Ningún deportista empieza sin el apoyo de sus padres. Yo siempre digo que ellos son los primeros patrocinadores de un deportista, porque son los que están apoyándote desde el minuto cero, los que pagan el material… Y yo sin ellos nunca lo habría conseguido. También mi pareja me ayudó muchísimo, me apoyó y estuvo conmigo”. Siento que quiere transmitirme un mensaje: que lo principal es rodearse de los que nos quieren: “Siempre he tenido la suerte de tener a la gente que me quiere a mi lado apoyándome”. Por eso, su profesión es algo secundario en contraposición a los suyos: “Mi trabajo es importante, pero lo más importante de mi vida es mi familia”.
Si yo fuera Theresa describiría su carrera tal como ella me la ha definido: “Ha sido un sueño que se ha cumplido con esfuerzo, superación, sacrificio, pasión y con muchas horas de trabajo. Estoy muy feliz con todo lo que he conseguido porque en la vida nadie me ha regalado nada y me ha costado mucho llegar hasta aquí”. Huelo su orgullo desde mi silla, y no es para menos, porque Theresa Zabell es una mujer que sabe combinar el triunfo con tener los pies en la tierra, o mejor dicho, en el mar.