Nunca nadie antes había ganado una medalla tras ser descalificado de la primera regata y Zabell y Guerra lo lograron para convertirse en la primera pareja femenina de la vela española en colgarse un metal olímpico

“Una cosa es no arriesgar, y, otra, la mierda de salida que hemos hecho”, le gritó Patricia Guerra (Las Palmas de Gran Canaria, 21-07-1965) a Theresa Zabell (Fuengirola, 22-05-1965) en el albor de la primera regata de Barcelona ’92. Empezó la entonces mejor pareja del mundo en 470 a zarpar las aguas del estiloso y recién nacido Puerto Olímpico con temporal, sometidas a la inclemencia de los jueces. Su veredicto final, tan contundente como desolador: fuera de línea y descalificadas. “Fue duro, pero para nada estábamos fuera de línea. Habían confundido el barco con las letras ESP (España) con el de las letras EST (Estonia). Presentamos un vídeo -de Televisión Española- donde se demostraba, pero al no ser oficial no nos dejaron reclamar”, defiende aún 30 años después Guerra desde su casa de Las Palmas. El relato histórico lo advertía: nunca jamás un barco con un fuera de línea en la primera regata había acabado con una medalla a bordo.

Pero aquel temporal con indicios de naufragio apenas supuso apenas una pizca de brisa para Theresa Zabell y Patricia Guerra, que le espetaron a la historia un desmentido a los cuatro vientos, bañando en oro a su 470 y grabando sus nombres como la primera pareja femenina de la vela española en alcanzar el cenit olímpico. “Mentalmente éramos súper fuertes. Empezamos últimas en la clasificación pero nunca pensamos en rendirnos. Hicimos como Nadal, si él tenía un 3% de posibilidades de ganar en la final de Australia y se aferró a él, nosotras también, nos aferramos a ello, a pesar de lo que dijera la estadística. Y fuimos remontando”, asegura Zabell, hoy con 56 años, patrona ella -la que lleva el timón-, y tripulante Guerra -la que maneja la vela y equilibra el barco con su peso-. Mientras Theresa, residente en Madrid y vicepresidenta del COE entre 2007 y 2014 entre otras funciones, vive hoy volcada con su Fundación Ecomar -que promueve el cuidado del mar-, Patricia organiza eventos en una casa rural de Gran Canaria.

Aquel amanecer de los Juegos resultó ser un anochecer con todas las letras, pues con las reclamaciones Patricia y Theresa -ahora ya retiradas-, no se acostaron hasta bien entrada la madrugada. Pero al día siguiente tenía que salir el sol. Y, si no, ellas iban a hacer que así fuera. “Dejamos de lamentarnos, cada día era un día nuevo y, aunque ya no teníamos margen de error con un descalificado (el peor resultado de las seis regatas no contaba) decidimos entonces ir regata a regata”, recuerda Guerra, con 56 años también en la actualidad y que descubrió la vela en el prolífico Club Náutico de Gran Canaria que tantos geniales regatistas ha dado como Luis y Josele Doreste y Patricia Cantero. Y los cuentas salieron para Guerra y Zabell para colgarse la presea más codiciada con dos victorias, un segundo puesto, un tercero y un cuarto.

Y aunque lucieron alegría en el podio en el final más feliz posible, la euforia no brotó. Una sonrisa más protocolaria que sincera. Su presencia en la cima del ránking mundial y su condición de campeonas europeas y mundiales aquel mismo año convirtieron la medalla más en una tediosa obligación que una exultante ilusión. Sobrevivieron a los rígidos precedentes de la historia pero también a la presión mediática de la prensa española, al vértigo de pasar del ‘anonimato’ a celebridad con la disputa de los Juegos que sufren deportes como la vela, un seguro para el medallero español, incluso en los tiempos de máxima escasez, y que aportó cinco metales en Barcelona.  

“Entre Juegos y Juegos la vela pasa desapercibida y en nuestro caso tuvimos que saber gestionar toda esa publicidad. Hubo un medio, que fuisteis vosotros (Mundo Deportivo), que nos tituló “La medalla más segura del deporte español”, recuerda Zabell entre risas en su visita a MD. “La sensación, más que de alegría, entonces fue de alivio, de satisfacer a la gente que esperaba mucho de nosotras y a la que no queríamos decepcionar, valoramos más la medalla ahora 30 años después, la impresión ya no es de alivio, sino de satisfacción y de orgullo”, admite Zabell, que empezó en el Club Náutico de Fuengirola.

El pensamiento de la tripulante se sincroniza con el de la patrona andaluza. “No estábamos acostumbradas a tanta tensión, aunque también era bonito ese seguimiento mediático. Fueron días duros, de muchos nervios porque teníamos poco margen de error. Barcelona me encantó pero lo viví más antes o después, durante, poco. Pero estamos contentas con el reconocimiento que obtuvimos”, reconoce también Patricia Guerra sobre una presión que amaestraron a la perfección.

El divino oro contra la historia se empezó a forjar en realidad en los Juegos de Seúl de 1988. A Patricia le curtió su presencia por la experiencia y a Theresa su ausencia, descartada la malagueña por la Federación, que eligió a Guerra y a otra canaria, Adelina González, como primeras regatistas españolas en disputar unos Juegos en la edición que vio debutar a las mujeres en este deporte con la introducción de la clase 470. Un estreno saldado con un décimo puesto final. 

“Nunca hemos hablado con Patricia de ello, ya que fue una decisión de la Federación. Más de 30 años después sigo sin entenderla porque yo me había ganado ir, fue el momento más duro. Pero no ir a Seúl me hizo más fuerte mentalmente para Barcelona”, reflexiona Zabell, que en plena digestión de aquel disgusto llego a dar la espalda a la vela por completo. “Lo dejé un año, en el que me fui a Londres a seguir con mis estudios”, recuerda la regatista nacida en Ipswich (Inglaterra) pero trasladada a los pocos meses de nacer a Fuengirola. 

Tuvo que ser una amiga la que rescatara de su interior su verdadera inquietud. “Bueno, y en Barcelona 92, si tú Theresa no navegas, ¿qué harás?, ¿de voluntaria?”, le dijo esa amiga a Zhabell. Y aquella inocente pregunta sublevó a la regatista. “Eso fue lo que me hizo decidir y dejara al margen el orgullo y todo. Me habían ofrecido trabajar en el COOB (Comité Olímpico Organizador de Barcelona), pero era una pena ir en otra faceta”. Aquello significó el regreso de la Theresa regatista. El sabio Paul Maes -histórico y prestigioso entrenador de la Federación Española de Vela-, fue quien instigó la fusión de una pareja ideal predestinada a juntarse por sus rasgos escrupulosamente complementarios para la clase 470, llamada así por los 4,70 metros de eslora del barco. Y otro entrenador de calado, Toni Ripoll, fue el que pulió esas potenciales campeones olímpicas en la preparación.

“Nos compenetramos bien, todo era bastante fluido”, recuerda Patricia Guerra. “Yo conocía bien el barco de los Juegos Olímpicos anteriores, éramos fuertes en nuestras posiciones. Theresa era muy buena patrona porque era una persona muy metódica y yo tenía un físico ideal (1,81 y 69 kilos) para ir colgada del trapecio, tener palanca y dar al barco más estabilidad. Habíamos entrenado mucho en Barcelona y conocíamos bien el garbí, el viento que sube más hacia la una”, destaca la canaria. “Las dos teníamos mucho carácter y nos entendíamos muy bien. Era un equilibrio de táctica, estrategia, velocidad, técnica y preparación física, ese conjunto de cosas nos hacía imbatibles”, concuerda Zabell.

“Había regatistas que iban bien con poco viento, otros con viento medio y otros con mucho. Es extraño que en una competición tan larga no tengas un poco de cada cosa y nosotras teníamos esa resiliencia para adaptarnos a todo”, agrega la patrona andaluza. Tras Barcelona, la pareja se deshizo en 1994 al irse Guerra a Estados Unidos con su ahora marido, el también regatista Robert Hopkins, que ha participado en cinco Copas América. Pero tan buenas migas hicieron y tan feliz recuerdo había quedado que se volvieron a juntar en 1998 aunque sin volver a morder metal tras dos cetros mundiales, uno europeo y uno olímpico en su anterior etapa.

En ese lapso, Zabell, nombrada mejor regatista del mundo en 1994, fue sumando títulos hasta alcanzar los cinco Mundiales y se volvió a coronar con el oro de los Juegos de Atlanta también en 470 junto a Begoña Vía-Dufresne y todavía hoy es la única deportista española con dos oros olímpicos. En la ciudad estadounidense, llegó a superar una tortuosa regata con amenaza de ahogo. “Pero Barcelona es Barcelona”, se reafirma la patrona. Aquella Barcelona aquellos días “mágica, esplendorosa”, que se volvió a hablar con el mar, donde Guerra y Zabell discutieron con la impiadosa historia de la vela olímpica, en la que los caídos en la primera regata se quedaban en náufragos. Pero la historia claudicó.

 

  • TONI CANYAMERAS (EL MUNDO DEPORTIVO)

     
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