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La llamaban la “hija del viento”, pero más bien se la consideraba la “madre” dada su facilidad para encontrarlo en las peores condiciones. Theresa Zabell saboreó por primera vez los olores del mar a los tres meses, cuando viajó desde su localidad natal en Inglaterra (Ipswich) a Canarias en un barco buscando la familia Zabell Lucas nuevos horizontes. Desde muy pequeña le llamaron la atención los deportes, y fue cuando se trasladó a vivir definitivamente a la Costa de Sol cuando buscó su sitio en el mar, una mar, como dice ella “cada vez más contaminada”.
Era muy friolera, pero eso no fue un escollo para que comenzara a navegar como infantil en el equipo de regatas del Club Náutico de Fuengirola. “Eso de pasarme todo el día mojada no me hacía mucha gracia, pero a mí me gustaba la libertad que da la navegación a vela”. Una “renacuaja”, que con tan solo 10 años, metro y medio de altura y 50 kilos se fue abriendo camino en un ambiente de tiburones, que fue poco a poco venciendo adversidades, zancadillas e incluso alguna que otra puñalada de los dirigentes, que por entonces tenía la vela española.
Con 20 años y campeona del mundo de la clase Europe, ya era una de las figuras de la vela española. Se acercaban los Juegos Olímpicos de Seúl donde se estrenaba la clase femenina del 470. Ganó la clasificación por méritos propios, pero los despachos de la Federación Española de Vela la dejaron fuera del equipo al considerar los técnicos que el equipo que tenía que representar a España en esa clase y en esos Juegos era el formado por Mimi González y Patricia Guerra. “No me lo puedo creer”.
Theresa, ante tanta injusticia, decidió dejarlo todo y se marchó a Inglaterra a estudiar su carrera de Informática y a olvidarse de todas las falsas promesas que se le habían hecho desde la Federación. Pasaron los Juegos sin pena ni gloria para la vela femenina española y “la hija del viento” volvió a España. Su familia la convenció para que volviera a intentarlo en Barcelona 92 y se puso manos a la obra. ”No ir a Seúl fue un gran palo, pero la vuelta la hice no para ganar, sino para arrasar”.
Ganó con mucha facilidad el Mundial de Rota y los Europeos de Bergen (Noruega) y Nieuwpoort (Bélgica) consiguiendo así entrar en el equipo olímpico y disfrutar de aquellas maravillosas Becas ADO. En Europa no tenía rival que la desplazase en esos momentos de lo más alto del podio y en el mundo se la respetaba como la gran figura que era.
Doble medallista de oro olímpica
Comenzó muy mal los Juegos Olímpicos de Barcelona junto a su compañera Patricia Guerra. Fue objeto de un complot en el parque de barcos del Puerto Olímpico de Barcelona, donde le sabotearon el barco y en la primera manga del primer día de regatas oficiales fue descalificada por un inexistente fuera de línea.
Del último puesto, al primero en menos de una semana. Se hizo con la flota en las cuatro siguientes mangas, y comenzó a liderar la clasificación, porque su regularidad era impresionante y así el mundo de la vela se rindió a los encantos de esta regatista, que era capaz de ganar a cualquier tripulación femenina y masculina del momento.
Con cinco Mundiales y tres Europeos en sus vitrinas, Theresa afrontó los Juegos Olímpicos de Atlanta 96, una competición que se desarrollo en la desembocadura del río Savannah, una marisma plagada de caimanes que en alguna ocasión tenían que ser abatidos para salvaguardar a los regatistas. Allí venció a sus rivales con elegancia y rotundidad, no sin antes hacer lo propio con un tornado que le provocó la rotura del foque, “volcamos todas y el agua estaba turbia, con grandes olas y muy fría. Temimos por nuestra integridad física, pero valió la pena”, así como también tuvo que luchar contra el Jurado, que la interpuso una protesta por llevar una “camelback” en sus espalda para poder hidratarse y que ganó con muchas dificultades, y la traición del por entonces presidente de la Federación Española, Fernando Bolín, que a su vez era el jefe de la base de vela en Savannha, que la acusó de haber roto el foque aposta para poder cambiarlo por uno nuevo.
Ahí no acabó la cosa. Canarias había estipulado una prima de un millón de pesetas para los medallistas de oro de Atlanta, pero en la Federación retuvieron el premio, pagándoselo a su compañera Begoña Vía-Dufresne, esgrimiendo que Theresa no había llevado el anagrama de Canarias en todos los Juegos. “En los Juegos Olímpicos no se podía llevar ninguna publicidad, por lo que es cierto que no llevé ninguna pegatina anunciando Canarias, pero Begoña tampoco lo hizo y se llevó el millón de pesetas. Cuando Fernando Bolín dejó la presidencia de la Federación a Gerardo Pombo, llegué a un acuerdo con el nuevo presidente para que ese millón de pesetas fuera a parar a la vela infantil como donación personal mía. Así se hizo en un acto público celebrado en Madrid”.
Con dos medallas de oro olímpicas en su cuello decide ser madre y apartarse de la vela durante el tiempo necesario para criar a su bebé. Nació Olimpia, una niña rubia como su madre que le acaparaba todo el tiempo, por lo que Theresa decidió que su hija era mucho más importante que intentar una tercera medalla de oro en los Juegos de Sidney 2000.
Protección del mar
Después de más de cinco vueltas al mundo pasando muchas veces penurias y regateando en los campos de regatas más difíciles del mundo, puso en marcha su sueño de juventud: “quería devolver al mar todo lo que él me dio y puse en marcha mi proyecto ECOMAR, una fundación dedicada a la protección del mar mediante la concienciación y la educación de los más jóvenes a través de los deportes náuticos”.
Así, en 1998 nació ECOMAR, por la que han pasado más de tres millones de niños de entre 7 y 14 años de colegios, escuelas de vela y clubes náuticos de España y Portugal aprendiendo y ayudando a difundir la filosofía Azul de ECOMAR, “basada en nuestro planeta azul, del que por el momento no podemos mudarnos, así que hay que cuidarlo igual que cuidamos nuestro cuerpo”.
En la actualidad ECOMAR ha cumplido 22 años y Theresa sigue siendo su Presidenta Ejecutiva, a la que no se le caen las uñas cuando baja al barro y se suma a los Voluntarios ECOMAR a limpiar costas, a inculcar cultura medioambiental en las Experiencias ECOMAR o a ayudar a los damnificados en alguna que otra riada. Theresa es así y así es la “hija del viento”.