Theresa Zabell (Ipswich, Reino Unido, 1965) es la única deportista española doble campeona olímpica: fue en vela, en 470, en Barcelona y Atlanta. Comenzó con una mudanza, se forjó en Fuengirola. “Si supieran cómo me las he tenido que apañar para navegar…”. Aquí lo cuenta.
Usted nació en Ipswich, Inglaterra.
Mis padres son ingleses pero no de allí. Nací en Ipswich por el trabajo de mi padre. A él no le gustaba Inglaterra. Siempre quiso irse. Su luna de miel fue en España. Barcelona, Sitges…
Y volvió para quedarse.
Primero en Tenerife, después en Málaga. Montó un negocio de bisutería, de inmobiliaria…
¿En su familia se navegaba?
No. Mi madre un poco, de joven, pero sin dedicarse a ello.
Usted destacó en atletismo.
En el cole me apunté a todo. Pero me dijeron: «Eres niña, tú no haces deporte». Y me pusieron con la aguja. Aquello me horrorizó. De la rabia que me dio lo hice tan mal que me castigaron: «Te vas con los niños». Vi el cielo abierto (ríe). Y eso que tuve algún problemilla. Era asmática y el médico decía: «No es bueno que su hija haga deporte».
¿La primera vez en vela?
En Fuengirola había una feria en octubre y, sin colegio, mi madre nos buscaba actividades. A mi hermano mayor y a mí nos apuntó a un curso. Los barcos eran malos, de madera, sin ropa de navegar, hacía frío… Dije: «Idealizaba esto pero no». Acabé y no seguí.
Pero…
A los dos años abrieron un club náutico en Fuengirola. Yo tenía 14. Acabé el colegio, mis amigas: «¿Hacemos algo juntas?». El padre de una estaba en el club. «¿Curso de vela?». «No sé si nos gustará…». Pero fui. Era verano, buen tiempo, otra cosa.
Muy diferente.
Me cautivó. A mis amigas no. «Tenías razón, esto no», me dijeron al acabar la semana. «Pues a mí ahora…». Y ya no me bajé.
Ahí ya había visto los Juegos Olímpicos por la tele.
Con 11 años me fui a Inglaterra un verano a perfeccionar el idioma, a casa de unos amigos de mis padres. Él jugaba siempre con nosotros y, un día, dejó de existir. Se pasaba el día ante la tele. «¿Por qué ya no juegas?». «Veo los Juegos (Montreal)». «¿Y eso qué es?». «¿No lo sabes? Siéntate conmigo». Y me abrió un horizonte que ni sabía que existía. Pensé: «Ya sé mi sueño: ir a unos Juegos». Y cuando empecé a navegar dije: «Y ya sé cómo iré: en vela». Aunque en aquella época no había vela femenina en los Juegos.
La primera vez fue Seúl 1988.
Y yo empecé a navegar en 1979. Y aquello era un sueño imposible, como decir: «Quiero ir a Marte». A Marte no se va.
¿Y cómo pasa la vela de algo que le gusta a ser competición?
Empecé con 14 años en Optimist, pero el verano siguiente en mi club celebraban el Campeonato de España de clase Europa, un barco más grande, y me proponen navegar en éste para que alguien participara.
¿Hacía recorridos largos?
En vela ligera los recorridos son entre balizas. Empecé a hacer algunas regatas fuera de mi club, a participar en el Campeonato de España… Cuando lo gano descubro que hay un mundial femenino pero no va ninguna chica.
¿Por?
No lo subvencionaban.
¿Y había mujeres en vela?
Sí. Pero como no había vela femenina en los Juegos tampoco había línea presupuestaria, ilógico. A mí se me ocurrió hacer una especie de crowdfunding.
Pero el ‘crowdfunding’ no existía.
Empiezo a lavar coches, hacer de canguro, a ahorrar lo que pueda para ir, pagándomelo yo, claro. Al año siguiente, 1981, me voy al Mundial, a Holanda, en tienda de campaña. Pensé: «Estas niñas navegan como yo pero tienen más experiencia». Aquel año quedé a mitad de la tabla. «El que viene quedo entre las veinte primeras, luego entre las diez y el siguiente podio». Y lo cumplí. En 1985 lo gané.
¿Aún iba en tienda?
Aún lo hacía, me lo seguía pagando yo. En el 85 fue la primera vez subvencionada por la Federación: metieron la vela en el programa olímpico. Y gané. Pero porque había ido a todos los anteriores. La Federación buscaba chicas en 470. Mientras preparaba aquel Mundial empecé a navegar también en 470.
¿Qué diferencias hay entre el 470 y la clase Europa?
La clase Europa es un barco para una persona, con una vela, y el 470 tiene dos tripulantes y tres velas. Es el único en el que coincidimos chicos y chicas. Cuando el Comité Olímpico dijo: «Hay que meter vela olímpica femenina». Se cogió un barco en el que navegaban hombres. Para navegarlo bien debes pesar 140 kilos entre dos, y las mujeres no pesamos eso. El primer año íbamos de culo todas. Luego nos empezamos a adaptar.
¿Y cómo?
Palos más flexibles, velas más pensadas para nosotras. Coges el resto de clases olímpicas y todas están adaptadas a nuestro peso. El 470 no.
¿Cuando empezó era extraño que una mujer quisiera navegar?
Éramos pocas. Cuando yo empecé, fui a una regata en mi zona, el sur, y no había vestuarios femeninos. Chicas dijeron: «No vuelvo». Yo, en una casa con cuatro chicos, me las apañaba y me daba igual. Cómo si debía cambiarme tras un árbol.
Gana el Mundial en el 85 y Seúl es en el 88. Pero la Federación no la elige a usted.
Sólo va un barco por país, en cada categoría. La Federación nos reúne en Laredo para decirnos quiénes van a los Juegos. Yo estaba convencida que iba. «470 femenino: Adelina González y Patricia Guerra», leen. Pensé: «Esto no es verdad. Es una pesadilla». Me voy a los responsables de la Federación, al entrenador: «Pol, ¿qué pasa?». «Que lo siento». «Pero dame una explicación». A día de hoy aún nadie me la ha dado.
Para usted sería un palo.
Tremendo. Dejé la vela. Me fui a Londres, a estudiar. Trabajé en British Telecom, cosas de informática, vida de oficina.
¿Cuánto tardó en volver a subirse a un barco?
Un año.
Volvió, ¿por qué?
Me dije: «Con 11 años tenías un sueño y en tres años se celebran unos Juegos en tu país. Y cuando los veas: ¿cómo te vas a sentir?». Que podía haber ido y no estaba por cabrearme e irme. «A lo mejor lo que tienes que hacer es volver, ganar a todos por mucho: ¿Y ahora qué? ¿No me vais a mandar?». Patricia y Adelina habían roto la tripulación y me junté con Patricia.
¿La llamó usted?
Me llamó ella a mí.
¿Y le dijo algo de Seúl?
No. Siempre fue tema tabú.
Y se ponen a navegar. Usted timonel.
Sí, por la constitución del cuerpo. Lo ideal para repartir el peso en el 470 no es 50-50 sino que el patrón sea más pequeñito y el tripulante, más grande. Va colgado y cuanto más peso fuera del barco, mejor. Patricia es ideal. Mide 1,81, 69 kilos.
¿Y usted?
Yo 1,65 y 54.
En Barcelona comienzan fatal.
Llevábamos todo el año compitiendo fenomenal. Antes de los Juegos dijimos: «No vamos a arriesgar en las salidas: aunque salgamos un poco atrás podemos recuperar». De repente ese primer día dan una llamada individual: hay alguien fuera. Nosotras habíamos salido tan atrás que sabíamos que no éramos. Patricia de hecho me dijo: «Una cosa es no arriesgar y otra la mierda de salida que hemos hecho». Lo habíamos hecho demasiado atrás.
¿Les sancionaron por eso?
No. No te pueden sancionar por salir demasiado atrás. Se equivocaron al apuntarnos: era otro barco, no el de España. Había un vídeo de TVE en el que se veía pero como no era del comité de regatas no lo cogieron como prueba. Nos fuimos a la cama aquel día destrozadas.
¿Y el día siguiente?
Dije: «Es otro». Enfocamos sólo esa prueba. Barcelona eran los Juegos que había que ganar.
¿Para usted qué cambiaron?
A mí la vida. En nuestro deporte el reconocimiento sólo lo obtienes a través de los Juegos.
Ni miraban la clasificación.
No, no. Se te caía el alma a los pies. Estar ahí, en la parte baja. Pero el penúltimo día yo la miré. Para ver las diferencias de puntos con cada uno. E hicimos una regata magistral. Sacamos mucho a las que nos interesaban y nos colocamos primeras.
¿Cómo fue el último día?
La regata de más nervios. Podías ganar o echar todo al traste. Fue muy de estrategia, táctica. Desde la salida vas a navegar donde tus rivales, para que no te pasen y taparles el viento.
¿Cuando acabó ya sabían que eran campeonas?
Sí. Cuando cruzamos la meta ya lo sabíamos, sí.
¿Y ahí qué siente?
Alivio. Me quité un montón de presión. Todo el mundo nos consideraba «las medallas más seguras». Y tras aquel primer día íbamos a decepcionar a mucha gente, es horrible.
Pero logró viajar a Marte.
Sí. Y fue superemocionante.
La vela en Barcelona fue la gran triunfadora.
Sacó cinco medallas, ¡cinco! Cuatro de oro y una de plata. A eso aún no le hemos dado el valor que le corresponde.
¿Alguna anécdota de la Villa?
Yo apenas la viví. A las 08:30 ya estamos en el puerto, para repasar el barco minuciosamente. Debes revisar cada pieza. Son tantas que si se te rompe algo no acabas. Y eso pasa. Yo tengo dos cuartos puestos en Mundial y Europeo por una pieza rota. Y ya está. Y te quedas.
Tras los Juegos Patricia se casa y usted empieza a navegar con Begoña (Vía-Dufresne).
No era tan alta como Patricia pero tenía características parecidas. Fue una compañera estupenda. Siempre demostró que nada era demasiado. Eso fue la clave para llegar a Atlanta en condiciones de oro.
En ese periodo tuvieron problemas con la Federación: no tenían planes de entrenamiento.
Todo estaba diseñado hasta Barcelona y parecía que el deporte se hubiera acabado en este país. Todos los deportistas nos tuvimos que buscar un poco la vida. El plan ADO acabó. Hubo que rediseñar la continuidad.
Y llega Atlanta. ¿Es más la presión de afrontar unos Juegos tras ser campeona olímpica?
La presión de ser algo siempre es más. Por eso muchas veces ganan personas anónimas. Llegan sin presión y emergen. En vela pasa. Depende de muchos factores. Me acuerdo en Atlanta, plata asegurada, sólo nos podían ganar las japonesas, un periodista: «Es fácil: salid detrás de ellas e id a su rueda». «En vela eso no lo puedes hacer».
¿Por qué?
Ponerte detrás de un barco es lo peor: te echará todo el viento sucio y cada vez te irás más lejos. Y en medio se me puede meter toda la flota.
¿Entonces?
Si yo quiero controlar a las japonesas me tengo que poner delante.
En Atlanta salieron bien pero…
El segundo día se nos metió una tormenta. Anularon la prueba pero nos pidieron que nos quedáramos en el mar, por si pasaba. En el Atlántico, Savannah. Un tormentón, un viento… Volcamos. Y sin barco de apoyo. Nos quedamos ahí, agarradas al barco treinta minutos. Cuando pasó pudimos desvolcar. Estábamos hechas polvo, con hematomas por todos los brazos y gente buscándonos.
¿Tuvo miedo de ahogarse?
Es el momento en que peor yo lo he pasado. Sí, sí, sin duda.
Y aun así fueron campeonas. Otra vez para usted.
La segunda vez nunca es tan emocionante como la primera y no es igual ganar en Savannah que en España. Pero un oro olímpico siempre es un oro olímpico.
Usted es la única española con dos. ¿Dónde los guarda?
En casa. En una estantería.
La vela se considera elitista.
Hay muchos tipos de vela y muchos tipos de barcos. Caros no, carísimos. Pero ¿por qué tienes que tener tu propio barco? ¿Loeb tiene sus propios coches de carrera? No. Son de la marca. Estamos obsesionados por tener nuestro propio barco, nuestro propio amarre, nuestro propio todo. No. Tú debes navegar con los barcos del club.
¿Y por qué existe ese pensamiento de que es cara?
Históricamente se ha pensado así y es un estereotipo que no hemos logrado romper.
¿Su familia tenía dinero para que usted pudiera hacer vela?
Para nada. A mí nunca me han comprado un barco mis padres. No podían. Yo navegué con uno del club y después con otro que me fui comprando poco a poco.
¿Les ponía nombres?
Al primero lo llame Eclipse. En Barcelona se llamaba Fortuna, por el patrocinador de vela. Luego ya no, luego ya eran barcos.
¿Barcelona 92 cambió algo la vela en España?
Poco. Siempre digo que creo que nos han utilizado poco y nos tendrían que utilizar más. En España hay menos licencias de vela que de esquí, rodeados de mar y con este clima. Y eso no es lógico.
¿Duele que sólo se mire la vela cada cuatro años?
Me parece un poquito injusto. A mí me han llegado a llamar pija porque navego cuando, si supieran cómo me las he tenido que apañar… De todo menos pija. Y luego llegas a los Juegos y es: «Medalla, ¿no?». No me metas tanta presión. Y reconóceme un poco los cuatro años de en medio.
A Patricia la vela le dejó dos hernias discales. ¿A usted?
Yo tengo las cervicales machacadas, una cadera regular y las rodillas las voy manteniendo porque no las tengo intervenidas.
¿Siente que dio a conocer la vela en España?
He puesto mi granito de arena. Pero la deuda pendiente es meterla en los colegios.
¿Regresó alguna vez a Ipswich?
¡Nunca! Hace unos años, cuando vivía en Barcelona, coincidí con Robson, entrenador del Barça, que pasó por el Ipswich Town. «¿Qué tal es Ipswich?». Se echó a reír. «¿Por qué?». «Porque a mí mucha gente me lo pregunta y yo, la verdad, nunca sé que contestar…» (ríe).