Si España no pudo ganar con una Madrid que para 2020 tenía la mejor calificación técnica, ¿por qué habría de hacerlo de cara a 2030 ante monstruos de los deportes de invierno y ciudades con historia olímpica invernal como Nagano, Salt Lake City o Vancouver?
La frase se escuchó cuando el 2 de octubre de 2009 se escurría en Copenhague. Luiz Inacio Lula Da Silva ya había llorado, todo Río 2016 seguía festejando y Mike Lee, asesor de los brasileños, pero sobre todo el gran spin doctor del deporte mundial, dio esa explicación ante la pregunta de por qué había vuelto a perder Madrid.
Los españoles no saben hacer lobby.
Lee, que moriría en 2018 a los 61 años, tenía experiencia y conocimiento para desarrollar el argumento, para explicar por qué es que los españoles no saben hacer lobby. Y lo hizo, lo explicó, aunque pidió que esas palabras jamás abandonaran el marco de la conversación en confianza que estábamos teniendo en Dinamarca. Y así fue.
Theresa Zabell, dos veces oro olímpico en vela y cabeza de la candidatura de Madrid para 2020, carrera ganada por Tokio, desarrolla el argumento de Lee desde otro ángulo: los españoles no saben hablar bien inglés, y eso les quita posibilidades a la hora de medirse al mundo anglosajón, pero también de seducirlo y convencerlo.
“Hay muchas personas en España que podrían hacer un lobby estupendo, pero que tienen un problema con el idioma. Cuando no te puedes relacionar con las personas porque hablas un inglés o un francés un poco básico, entonces es muy difícil empatizar con las otras personas”, dijo Zabell durante una reciente conversación con Around the Rings en Madrid.
Zabell tiene la ventaja de haber nacido en Ipswich, Reino Unido, y de ser bilingüe desde niña, pero eso no le quita verdad a su observación.
Y aunque en España aún se recuerda aquella “relaxing cup de café con leche” con que la entonces alcaldesa de Madrid, Ana Botella, intentó seducir al mundo olímpico durante su discurso final en la asamblea de 2013 en Buenos Aires, Zabell cree que aquello no tuvo importancia y apunta a otra cosa: las cenas, los encuentros casuales, los mano a mano. Esas pequeñas gotas que van llenando el estanque de la confianza a la hora de entregarse a una candidatura. Si no se domina a fondo el inglés, ese estanque se llena con mucha más dificultad. Si es que se llena.
Claro, podría decirse que todo eso ya no es necesario, porque las sedes olímpicas ya no se ganan en una carrera con un crescendo casi insoportable que termina en una especie de ceremonia de los Oscar (“and the winner is”).
No, ya no. Hoy todo fluye en una serie de conciliábulos, conversaciones pausadas y presentaciones técnicas que le permiten al núcleo duro del Comité Olímpico Internacional (COI) entregarle una candidatura masticada y casi digerida al resto de los miembros. Lo sabe bien Brisbane, que ganó los Juegos de 2032 con una serenidad y discreción que asombró a muchos en la previa del Tokio 2020 pandémico. El anuncio de la sede de los Juegos ya no es el clímax que solía ser.
¿Así se deciden ahora los Juegos?, se preguntaban muchos.
Sí, así se deciden ahora los Juegos. Y España vuelve a la carga, esta vez no con la Madrid derrotada para 2012, 2016 y 2020, sino con una apuesta por los Juegos de invierno 2030. España pretende que los Juegos lleguen por primera vez a los Pirineos, la cadena montañosa que marca la frontera entre España y Francia y que alberga un tercer Estado, Andorra.
Lo hace con una marca que es sinónimo de éxito, Barcelona, pero sumando a Zaragoza, en lo que es una pequeña gran operación de alta política deportiva para España, que se enfrenta desde hace años a tensiones independentistas en Cataluña.
Y la pregunta es obvia: si España no pudo ganar con una Madrid que para 2020 tenía la mejor calificación técnica, ¿por qué habría de hacerlo de cara a 2030 ante monstruos de los deportes de invierno y ciudades con historia olímpica invernal como Nagano, Salt Lake City o Vancouver?
“El prejuicio anglosajón no ayuda”, señala Zabell. “Pero cada vez que hemos organizado un gran evento deportivo hemos sido muy exitosos. Al contrario que los alemanes o anglosajones, nosotros a veces improvisamos, pero siempre llegamos, y esto es algo que rompe los esquemas a la gente de más al norte”.
Y hay un dato reciente, el de Río de Janeiro ganando los Juegos de 2016 pese a que en la evaluación técnica obtuvo la peor calificación. Una candidatura latina, repleta de improvisaciones y problemas, pero con el lobby anglosajón de Lee.
Tras aquellos tres cachetazos consecutivos a Madrid, no son pocos en el mundo olímpico los que tienen la impresión de que a España se le debe algo de justicia. Se podría alegar que los Juegos ya pasaron por España con los de Barcelona en 1992, pero aquella sede hubiera sido imposible de ganar sin Juan Antonio Samaranch en la presidencia. Los Juegos de Barcelona fueron luego fabulosos, aunque en 1987, cuando Samarancha dijo “Barcelona”, las expectativas eran otras y las dudas, bastantes.
Sorprendentemente, en el tramo final hubo cierta justicia para Madrid. Sin que la buscara, pero la tuvo. No podían saberlo los españoles en 2013, pero ganar la sede de 2020 hubiera sido una alegría con destino de fracaso y vergüenza. Japón estuvo en 2020 en condiciones de postergar los Juegos y organizarlos un año después de la fecha prevista. Sin público y con controles y restricciones de corte kafkiano, sí. Pero los celebró, cumplió su acuerdo con el COI.
España no habría podido, porque su 2020 pandémico fue muy oscuro y dramático. Hoy, en 2021, es uno de los países que más y mejor vacunó y está mucho mejor posicionado que buena parte de sus vecinos europeos. Pero en 2020, España le hubiera dicho al COI “les devolvemos los Juegos, no podemos hacerlos”. Y eso sí hubiese sido un drama.